domingo, 28 de mayo de 2006

Crónica I Mereth o Tarwendili

Es difícil poner en palabras algunas cosas. La I Mereth o Tarwendili hasido un encuentro inolvidable, y no se me da muy bien lo de contar sentimientos –la procesión va por dentro, dicen–. Aún así, lo intentaré.


Para mí, la Mereth o Tarwendili comenzó antes de llegar a Cuenca. Tenía billete para el autobús que salía a las 16:30 de Madrid, pero por un despiste en el metro lo perdí. Quizás fuera así mejor, porque de esa forma tuve tiempo de tomar café con Josu Eleder y viajar con él en el bus de las 6.

Cuando llegamos a Cuenca, no había nadie esperándonos –normal, ya que no habíamos avisado que llegaríamos a esa hora–, y tuvimos que buscarnos la vida para encontrar la Casa de Cristiandad. Tardamos un buen rato, entre paseos y preguntas a transeúntes que ponían cara de "¿que buscas lo qué?", pero fue una buena oportunidad para conocer el entorno de la Plaza Mayor y hacer las primeras fotos.

Cuando al final dimos con la Casa, ya había llegado casi todo el mundo.
Tanto la organización como los otros asistentes nos recibieron con abrazos en la sala de estar y nos enseñaron el camino a los dormitorios, y también al comedor –lugar importante donde los haya, no sólo por las comidas, sino también por las sobremesas–. Allí pasamos directamente al
segundo punto del programa: la cena de bocadillo –ya que habíamos llegado demasiado tarde para la oración inicial–. Josu no tenía bocata por no haberse enterado de que había que traerlo de casa, pero, como podéis imaginar, acabó siendo el que tenía más cena.

Al terminar la cena, salimos de peregrinación hacia el Santuario de las Angustias. Hacía bastante frío, por lo que no nos detuvimos demasiado a admirar el paisaje, y eso que tentaciones tuvimos, ya que Cuenca es una ciudad preciosa, incluso de noche. En la ermita del Santuario, rezamos
el rosario y tuvimos una sencilla celebración penitencial, en la que los que lo deseamos pudimos confesarnos con Decían. Terminada la penitencial, subimos al camarín a besar la imagen de la Virgen de las Angustias y se hizo entrega de un mathom no oficial: un bolígrafo con la imagen de la virgen del santuario. La vuelta a la Casa la hicimos por un camino diferente para poder dar una vuelta por el casco antiguo de la ciudad. Ya recogidos, tomamos un té con pastas –mano santa para entrar en calor– y nos quedamos charlando hasta bien pasada la hora del silencio.

Al día siguiente nos levantamos a eso de las nueve, nos arreglamos, y bajamos a la capilla a celebrar misa y rezar los laudes. Después, el desayuno, acompañado de buena conversación –como debe ser–, antes de comenzar en la sala de estar con el plato fuerte de la mañana: la
conferencia-mesa redonda con el título “Tolkien católico”. Abrió la sesión Eleder, quien nos tuvo cerca de dos horas encandilados con una selección de fragmentos de las Cartas, ¡y eso que decía que no había preparado su charla! Después de un breve descanso –en el que no faltó un segundo desayuno–, cerraron la sesión Pablo Ginés, y su mujer Tatiana, que nos relató la historia de su conversión.

Tras la comida, el café y la sobremesa bajamos de nuevo a la sala de estar para la lectura de cuentos. Muchos de nosotros leímos fragmentos de Tolkien y otros autores afines; por ejemplo, Lewis y Chesterton fueron declamados en varias ocasiones. Una pausa a eso de las seis de la
tarde nos permitió tener un rato de oración frente al Santísimo y una agradable merienda. Tras esto, la lectura continuó. Debo confesar que cuando vi que en el programa la lectura de cuentos ocupaba cuatro horas me asusté un poco. Pero realmente luego se me hizo corta, supongo que
sobre todo por la variedad de los textos elegidos, y porque muchos de ellos no eran ajenos a mi fe.

A eso de las nueve, terminada ya la lectura, rezamos el rosario y subimos al comedor para hacer la cena de hermandad –versión tarwendili de la cena de gala–. Allí se comió, se rió, se cantó y se volvió a reír.
Después, la noche intemporal, con más risas, alguna que otra canción –como el Himno de Rohan, cantado por el Coro y Danzas de Folde Oeste–, y un maratón de chistes que duró hasta cerca de las cuatro de la madrugada, de nuevo mucho más allá del silencio.

Al día siguiente teníamos que levantarnos a las ocho –¡qué dolor! – si queríamos desayunar antes de misa. Y que lo hiciéramos todos demuestra que, en contra de la creencia común, en la STE no hay ni hombres, ni elfos, ni enanos, ni orcos, sino sólo hobbits. Hobbits capaces de cambiar sueño por desayunos, al menos. Mientras desayunábamos, la organización hizo entrega del mathom oficial: un Anillo de Poder con forma de rosario de mano, acompañado de una carta en la que el mismísimo Gandalf nos recomendaba su uso.

Con el estómago lleno, qué mejor manera de despejarnos que un paseo en el gélido aire matutino de la estepa castellana. Después, asistimos a la misa celebrada por los canónigos en una capilla de la Catedral, y tuvimos una fenomenal visita guiada por todo su interior que duró casi dos horas. Cuenca es famosa por sus Casas Colgadas, pero realmente tiene muchas más cosas que merecen la pena, y la Catedral de seguro es una de ellas.

El holgado recorrido de la Catedral nos había puesto fuera de horario, y tuvimos que volver corriendo a la Casa para tomar el almuerzo –también conocido como segundo desayuno–, que simultaneamos con la reflexión sobre la STE y los tarwendili. En ella, intercambiamos opiniones sobre nuestra posición dentro de la STE y sobre el problema de la pérdida de la fe entre los jóvenes, uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos los tarwendili y los cristianos en general. Al término de la reflexión, algunos compañeros comenzaron a marchar. Los que quedamos hicimos una comida-clausura en un restaurante chino situado en el ensanche, que prolongamos con una buena sobremesa frente a chupitos de licor de arroz y cafés.

Todo lo bueno tiene que llegar a su fin, y la Tarwendili no fue una excepción. Después de la comida, llegaron las despedidas, y los que éramos de fuera de Cuenca comenzamos a partir hacia nuestras ciudades.

Mirando atrás, lo mejor de esta experiencia ha sido la gente. Los organizadores se han dejado la piel –y si no, que le pregunten a alguno de los “esclavos de los fogones”–, y los asistentes han estado siempre dispuestos a echar una mano o a responder con una sonrisa. Pero no debe
extrañarnos. Ya lo dijo Jesús: “cuando dos o más os reunáis en mi nombre, yo estaré con vosotros”. Ahora nos queda el recuerdo de este primer encuentro de Tarwe, y la ilusión de todos los que quedan por venir. Si queréis, la próxima Mereth o Tarwendili la hacemos en Zamora,
¿vale?

Escrito por Antonio Rodríguez (Grichan)
Fuente: Lista de Correo Tarwe, Estel 49

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